Federico García Lorca vive en su obra - Diario Co Latino

2022-09-03 09:24:32 By : Ms. wei Wei

Tres Mil 10 junio, 2022 Suplemento Tres Mil | 3000 Deja un comentario 1,119 Vistas

La Luna vino a la fragua con su polisón de narod. El niño la mira, mira el niño la está mirando.

En el aire conmovido mueve La Luna sus brazos y enseña lúbrica y pura, sus senos de duro estaño.

Huye Luna, Luna, Luna. Si vinieran los gitanos, harían con tu corazón collares y anillos blancos.

Niño, déjame que baile. Cuando vengan los gitanos, te encontrarán sobre el yunque con los ojillos cerrados.

Huye Luna, Luna, Luna, que ya siento sus caballos. Niño, déjame, no pises mi blancor almidonado.

El jinete se acercaba tocando el tambor del llano. Dentro de la fragua el niño, tiene los ojos cerrados.

Por el olivar venían, bronce y sueño, los gitanos. Las cabezas levantadas y los ojos entornados.

Cómo canta la zumaya, ¡Ay cómo canta en el árbol! Por el cielo va la Luna con un niño de la mano.

Dentro de la fragua lloran, dando gritos, los gitanos. El aire la vela, vela. El aire la está velando.

¡Levántate, niña amiga, que ya cantan los gallos del día! ¡Levántate, mi amada, porque el viento muge, como una vaca!

Los arados van y vienen desde Santiago a Belén.

Desde Belén a Santiago un ángel vienen en un barco. Un barco de plata fina que traía dolor de Galicia.

Galicia tumbada y queda transida de tristes hierbas. Hierbas que cubren tu lecho con la negra fuente de tus cabellos. Cabellos que van al mar donde las nubes tiñen sus nítidas palmas.

¡Levántate, niña amiga, que ya cantan los gallos del día! ¡Levántate, mi amada, porque el viento muge, como una vaca!

La aurora de Nueva York tiene cuatro columnas de cieno y un huracán de negras palomas que chapotean en las aguas podridas.

La aurora de Nueva York gime por las inmensas escaleras buscando entre las aristas nardos de angustia dibujada.

La aurora llega y nadie la recibe en su boca porque allí no hay mañana ni esperanza posible. A veces las monedas en enjambres furiosos taladran y devoran abandonados niños.

Los primeros que salen comprenden con sus huesos que no habrá paraísos ni amores deshojados; saben que van al cieno de números y leyes, a los juegos sin arte, a sudores sin fruto.

La luz es sepultada por cadenas y ruidos en impúdico reto de ciencia sin raíces. Por los barrios hay gentes que vacilan insomnes como recién salidas de un naufragio de sangre.

Verde que te quiero verde. Verde viento. Verdes ramas. El barco sobre la mar y el caballo en la montaña. Con la sombra en la cintura ella sueña en su baranda, verde carne, pelo verde, con ojos de fría plata. Verde que te quiero verde. Bajo la luna gitana, las cosas la están mirando y ella no puede mirarlas.

Verde que te quiero verde. Grandes estrellas de escarcha, vienen con el pez de sombra que abre el camino del alba. La higuera frota su viento con la lija de sus ramas, y el monte, gato garduño, eriza sus pitas agrias. ¿Pero quién vendrá? ¿Y por dónde? Ella sigue en su baranda, verde carne, pelo verde, soñando en la mar amarga.

-Compadre, quiero cambiar mi caballo por su casa, mi montura por su espejo, mi cuchillo por su manta. Compadre, vengo sangrando, desde los puertos de Cabra. -Si yo pudiera, mocito, este trato se cerraba. Pero yo ya no soy yo, ni mi casa es ya mi casa. -Compadre, quiero morir, decentemente en mi cama. De acero, si puede ser, con las sábanas de holanda. ¿No ves la herida que tengo desde el pecho a la garganta? -Trescientas rosas morenas lleva tu pechera blanca. Tu sangre rezuma y huele alrededor de tu faja. Pero yo ya no soy yo, ni mi casa es ya mi casa. -Dejadme subir al menos hasta las altas barandas, ¡dejadme subir!, dejadme hasta las verdes barandas. Barandales de la luna por donde retumba el agua.

Ya suben los dos compadres hacia las altas barandas. Dejando un rastro de sangre. Dejando un rastro de lágrimas. Temblaban en los tejados farolillos de hojalata. Mil panderos de cristal herían la madrugada.

Verde que te quiero verde, verde viento, verdes ramas. Los dos compadres subieron. El largo viento dejaba en la boca un raro gusto de hiel, de menta y de albahaca. -¡Compadre! ¿Dónde está, dime? ¿Dónde está tu niña amarga? ¡Cuántas veces te esperó! ¡Cuántas veces te esperara, cara fresca, negro pelo, en esta verde baranda!

Sobre el rostro del aljibe se mecía la gitana. Verde carne, pelo verde, con ojos de fría plata. Un carámbano de luna la sostiene sobre el agua. La noche se puso íntima como una pequeña plaza. Guardias civiles borrachos en la puerta golpeaban. Verde que te quiero verde, verde viento, verdes ramas. El barco sobre la mar. Y el caballo en la montaña.

Pero yo ya no soy yo, ni mi casa es ya mi casa dejadme subir al menos hasta las altas barandas.

Compadre, quiero morir, decentemente en mi cama. De acero, si puede ser, con las sábanas de holanda.

Compadre donde está dime, donde está esa niña amarga cuantas veces la esperé cuantas veces la esperaba.

Flor de jazmín y toro degollado. Pavimento infinito. Mapa. Sala. Arpa. Alba. La niña finge un toro de jazmines y el toro es un sangriento crepúsculo que brama.

Si el cielo fuera un niño pequeñito, los jazmines tendrían mitad de noche oscura, y el toro circo azul sin lidiadores y un corazón al pie de una columna.

Pero el cielo es un elefante y el jazmín es un agua sin sangre y la niña es un ramo nocturno por el inmenso pavimento oscuro.

Entre el jazmín y el toro o garfios de marfil o gente dormida. En el jazmín un elefante y nubes y en el toro el esqueleto de la niña.

No quise. No quise decirte nada.

Vi en tus ojos dos arbolitos locos. De brisa, de brisa y de oro.

Se meneaban. No quise. No quise decirte nada.

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