La Capilla de Santa Ana en la Catedral de Tudela. Nada es suficiente - Fiestas de Santa Ana - PLAZA NUEVA | Semanario independiente de actualidad comarcal

2022-07-29 09:36:16 By : Ms. Anna wang

Más es más. Para los tudelanos, todo es poco para su Patrona Santa Ana.

El fervor que todavía hoy se mantiene, era incluso mayor en siglos pasados cuando aún se construían catedrales y otros edificios religiosos a la manera antigua; no como ahora que la estética contemporánea y los arquitectos modernos han desterrado el ornato a la categoría de delito. 

Los siglos del barroco fueron propicios para el exceso y el decorativismo, un arte lleno de color y formas dirigido hacia los sentidos dentro de un programa global y envolvente que debía provocar devoción y admiración a partes iguales. Por tanto, el siglo XVIII era el momento perfecto donde se juntaron el anhelo de los fieles con una estética conmovedora y exuberante, de cuya combinación nos queda un monumento de otros tiempos, la Capilla de Santa Ana.

La carrera por construir la mejor y más espléndida capilla para nuestra patrona fue ascendente desde el siglo XVI al XVIII, pero la bajada fue rápida y repentina a finales de esa misma centuria cuando el Neoclasicismo y la Ilustración no hicieron sino avergonzarse de los excesos del barroco, con lo bien que nos había quedado nuestra capilla y lo orgullosos que estaban nuestros vecinos.

La historia comienza en 1530 cuando la ciudad nombra patrona a Santa Ana en sustitución de San Pedro ad Víncula. La madre de la Virgen María y por tanto, abuela de Jesús la cual nos había librado de la peste como cumplidora del voto que le habían hecho los fieles, se amalgamó desde entonces con el sentimiento e imagen de Tudela.

La primitiva capilla se dispuso en el trascoro de la Catedral, un espacio a todas luces insuficiente; poco después, se alojó en el hueco de la Torre Nueva pero no era digno tampoco. A principios del siglo XVIII se decidió acabar con las mudanzas y construir algo “ex nuovo” para la patrona; esta vez junto a la dicha torre y tomando espacio de la Plaza de Santa María o Plaza Vieja, aunque fuera a costa de la Sacristía de los Beneficiados y la primitiva Capilla de San Miguel.

El edificio resultante que hoy todavía admiramos es una capilla de planta ochavada y cúpula sobre pechinas, abierta a la nave del Evangelio mediante un gran arco de medio punto. Sin embargo, no es la estructura lo que llama la atención sino el impactante programa decorativo que todo lo envuelve. Atrae la mirada desde la Iglesia hacia la imagen de Santa Ana y después asciende hasta la bóveda, siguiendo los puntos de luz. Todos los materiales empleados, desde el mármol embutido del altar y el bronce de la reja hasta la piedra del zócalo y el oro del retablo, hablan de un mismo afán de saturar los sentidos.

La embocadura de la Capilla ya anuncia que el conjunto iconográfico se dedica a la Familia de Jesús o “Sagrada Parentela”, puesto que a ambos lados se disponen San Juan Bautista y Santiago El Menor. En lo alto, un gran escudo de la ciudad entre ángeles y San Miguel en la reja, a modo de desagravio por la pérdida de su capilla.

San Pedro y San Pablo vigilan el acceso al espacio interior en cuyos machones se disponen los Padres de la Iglesia: San Jerónimo, San Agustín, San Alberto Magno y San Gregorio. A ambos lados sendas figuras masculinas con niños, siendo el más joven a la izquierda San José con el Niño Jesús, y San Joaquín enfrente con la Virgen Niña. En las pechinas sobrevuelan los Evangelistas: San Mateo, San Marcos, San Lucas y San Juan. Entre los ventanales del tambor se encuentran los Reyes de Judea, y en el paño central de la cúpula se dispone la Coronación de la Virgen, observada por un ángel con la palma del martirio desde lo alto de la linterna.

Preside la capilla el magnífico retablo barroco de tipo baldaquino adosado con cuatro columnas de piedra negra y que se despliega para mayor riqueza del conjunto. Dos grandes esculturas de ángeles contemplan la hornacina donde se encuentra Santa Ana, y sobre cada una de las columnas otras tantas figuras que componen las Virtudes Cardinales. A la izquierda la Justicia con una espada, le sigue la Prudencia con una serpiente enroscada; luego la Templanza con una jarra de las dos que tuvo, y finalmente la Fortaleza con una columna. En el centro vemos a la Fe con un cáliz y los ojos vendados. Remata el conjunto un ángel que pregona la fama de Santa Ana. Debamos tener en cuenta que éste es el tercer retablo que se diseñó, siendo los anteriores desechados por demasiado sencillos; de nuevo, nada es suficiente para la patrona.

En el centro del retablo y dentro de su camarín se encuentra la protagonista de la Capilla, una imagen de Santa Ana a la que hoy le falta la luz que le entraba por la espalda desde la plaza, un efectismo que se denomina “transparente” y que realzaba aún más si cabe la espectacularidad de toda la obra de arte. 

La propia escultura de la Patrona resume en sí misma la devoción de los tudelanos y su carácter barroco, entendido éste sin aspectos peyorativos. Existen en la ciudad, concretamente procedentes de la Iglesia de la Magdalena, otras imágenes muy queridas dedicadas a Santa Ana y que hubieran merecido ambas un sitio en el centro de la capilla. La primera de ellas es la conocida como “Santa Ana La Vieja” y otra de manufactura dieciochesca que ahora se conserva en el Museo de Tudela junto a San Joaquín. Sin embargo, todavía no conocemos las vicisitudes que llevaron a los tudelanos a elegir como principal la imagen que hoy se rinde culto.

El joven rostro de la venerable Santa Ana deslumbra con una juventud envidiable y delicada sonrisa gótica, cubierta de valiosos mantos de los que sobresalen una mano y dos cabecitas, correspondiendo la superior a la Virgen María y la inferior al Niño Jesús. La medieval imagen de María que se empleó para componer a Santa Ana para luego revestirla supone una costumbre muy extendida durante los siglos del barroco, una tradición arraigada en el sentimiento popular que ha perdurado hasta el presente. 

Culminado el proyecto a mediados del siglo XVIII, se constituye en orgullo de los tudelanos que la muestran a todo quien quiera admirarla. Sin embargo, los tiempos ya han cambiado y la Ilustración sobrepone la razón sobre el sentimiento y la contención sobre el exceso, siendo la Academia la que revisa los proyectos y su adecuación a la sencillez de la estética clásica de Grecia y Roma; en ese caso, la Capilla de Santa Ana no encaja. 

Ventura Rodríguez, autor del diseño de la fachada neoclásica de la Catedral de Pamplona y de la Real Casa de Misericordia de Tudela, visita la ciudad y es preguntado por la capilla, respondiendo que es reflejo de la devoción de un pueblo. Luego ya más tranquilo en Madrid, la repudia sin miramientos al igual que otros autores, que comparan ésta y otras construcciones similares a obras de mal gusto de estilo “churrigueresco”, abominables pasteles de nata que afean con sus portadas incluso en interior de las austeras naves medievales.

Contentos debemos sentirnos que, en nuestro caso, tanto esta capilla como la del Espíritu Santo en la misma Catedral, “sólo” se blanquearan con gruesas capas de cal para al menos mitigar su incómodo colorido. La de San Fermín en Pamplona y la Basílica del Pilar en Zaragoza fueron “afeitadas” sus yeserías y redecorados sus muros con simples pilastras y guirnaldas. 

Felizmente ya en el siglo XX recuperó Tudela la “barroquidad” de su capilla, algo que al pensar de algunos forma parte de nuestra idiosincrasia y no seré quien lo desmienta; recordemos que en el siglo XIX cuando llegó el regalo del manto de gala para Santa Ana, hecho en Filipinas con hilo de plata, se organizó una procesión sólo para que lo pudiera lucir. El minimalismo ha muerto, viva el ornato.

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