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2022-09-17 11:19:04 By : Mr. Yong Bai

La Duquesita es una de las pastelerías centenarias de Madrid.

Somos la pastelería más antigua de Madrid, afirman sin rubor desde la Antigua Pastelería del Pozo. Y es que para rastrear los orígenes de esta confitería aún ubicada en la calle del mismo nombre paralela a la Carrera de San Jerónimo, en pleno centro de la ciudad, hay que remontarse a 1830.

También es una de las más bonitas, con su mobiliario original, su lustroso mostrador de mármol y madera sobre el que se han despachado ya toneladas de dulces, su máquina registradora antigua, su balanza clásica de dos platos y sus lámparas de gas. Lo mejor, sin embargo, es que ha logrado también conservar el sabor de antiguo obrador, las recetas tradicionales y la elaboración artesanal, entre las que destaca su famoso hojaldre.

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No es la única pastelería que puede presumir de llevar más de cien años haciendo felices a los madrileños. Como la de El Pozo, otras seis pastelerías centenarias siguen animándonos a franquear sus hermosos escaparates, no sabemos si guiados por ese aroma a bollo caliente, por sus hermosos espacios decorados con molduras doradas y brillantes lámparas o por sus vitrinas repletas de dulces y bombones.

En 1830 la familia Agudo fundó esta pastelería en el número 8 de la calle del Pozo, donde aún se mantiene, aunque existía un establecimiento aún antes, una tahona que funcionó desde 1810.

Un siglo después de su apertura como confitería, en 1930, la tienda cambió de manos y pasó a la familia Leal, cuya tercera generación sigue al frente del establecimiento.

Durante estos años, han pasado por este rincón próximo a la Puerta del Sol todo tipo de ilustres personajes, desde Jacinto Benavente a Pío Baroja, o Gregorio Marañón y Jiménez Díaz, que discutían sobre si los dulces se debían tomar antes, durante o después de las comidas.

Hojaldres como decíamos (y especialmente la bayonesa, su producto estrella), pero también bartolillos de crema, cocos, yemas, pastas de te o torteles, además del roscón de reyes, que aquí se hace todo el año (bajo encargo) siempre sin frutas ni relleno.

Desde 1842 atiende al público Casa Mira (Carrera de San Jerónimo, 30), primera tienda de turrones en la capital, que fundó Luis Mira tras abandonar su Jijona natal con 21 años, dos mulas y un carro cargado de turrones y probar suerte en la gran ciudad.

En Madrid, comenzó a ofrecer sus dulces primero en un puesto en la Plaza Mayor, allá por 1842, y en 1855 abrió la tienda que hoy sigue recibiendo a sus clientes entre paredes revestidas de caoba y espejos en los que atisbar reflejos de épocas lejanas.

Tal era la calidad de sus turrones, 100% elaborados artesanalmente, que Luis Mira logró convertir su negocio en proveedor de la real Casa de Isabel II, de Amadeo de Saboya, de Alfonso XII, de la Regencia de María Cristina y de Alfonso XIII.

180 años después, los actuales ‘Hijos sucesores de Luis Mira’, como reza el rótulo de la entrada, constituyen la sexta generación que desciende por línea directa de aquel Luis Mira, encabezados por su tataranieto Carlos Ibañez Méndez, que continúa conservando los métodos artesanales y garantizando la mejor calidad.

Su especialidad sigue siendo el turrón, de Alicante, Jijona, chocolate, yema tostada, guirlache o turrón de nieve, una suerte de mazapán, todos ellos vendidos al corte y en tabletas.

Además, ofrecen un amplio surtido de mazapanes, bombones, imperiales, frutas glaseadas, marrón glacé, pan de Cádiz o glorias, elaboradas con almendra marcona, así como las clásicas lenguas de gato, torrijas y los caramelos de violeta “de los de toda la vida”.

Durante su primera época, entre 1852 y 1927, la actual bombonería La Pajarita (Villanueva, 14) no tenía nombre. Lo abrieron Vicente Hijós Palacio y Lorenza Aznárez en la Puerta del Sol número 6 como despacho de Bombones, Caramelos, Chocolates y Thés y es que, según cuentan, en la época aún no se estilaba denominar comercialmente a los establecimientos.

Fue Miguel de Unamuno años después el que sugirió a Vicente Hijós, con el que coincidía en el Café de Levante, que adoptase este nombre, en homenaje a la popularidad de la papiroflexia en la época, que los tertulianos de los cafés practicaban con los sobres de azúcar. Así se registró como La Pajarita en 1927.

Proveedor del Congreso de los Diputados, Senado, Asamblea de Madrid, Consejo de Estado, Consejo General del Poder Judicial y numerosas Reales Academias y Colegios Profesionales, La Pajarita nunca cerró sus puertas, ni siquiera durante la Guerra Civil, cuando servía de refugio a los vecinos e incluso alojaba misas clandestinas.

En 1969 se abrió una segunda tienda, en Villanueva, 14, y en 1991 se cerró la sede original. Desde 2018 está al frente del negocio Rocío Aznárez Ramos, sexta generación de la familia Aznárez.

Entre sus productos destacan, claro, los caramelos que siguen elaborándose con las recetas originales de los fundadores, especialmente las violetas, que se inventaron aquí, y sus emblemáticos “caramelos clásicos de la pajarita” con 17 sabores distintos y envueltos en un reconocible papel.

Además son espectaculares sus trufas y bombones y no hay que dejar de probar sus pajaritas de chocolate, así como el marrón glacé, con receta secreta.

Desde hace 167 años ofrece también sus delicias El Riojano (Calle Mayor, 10), otro pedacito de historia gastronómica de Madrid que fundó en 1855 el que fuera pastelero personal de la reina María Cristina de Borbón, el riojano Dámaso Maza.

Maza no tuvo descendencia por lo que el negocio pasó a mano de sus dos maestros pasteleros, quienes tuvieron la visión de unir a sus hijos en matrimonio para asegurarse la perpetuidad de la casa, como ha así fue durante siete generaciones hasta que los actuales propietarios, como pasó con Dámaso Maza, lo recibieron de sus jefes por falta de descendencia.

Su decoración interior, desde los estucados en el techo a las lámparas y apliques isabelinos, los magníficos mostradores y las vitrinas, construidos por ebanistas de palacio con caoba traída de Cuba, bronces y mármoles de Carrara se han mantenido a lo largo de las décadas, así como elementos como la caja registradora y la báscula antigua.

Además de la tienda, El Riojano cuenta desde 1990 con un acogedor salón de té donde disfrutar in situ de todas las delicias que surten las atestadas vitrinas, como bartolillos, tartas de manzana, pastas de té y del consejo, una especie de pasta de limón.

En épocas navideñas causa furor la anguila de mazapán (hacen también polvorones y mazapanes) y en temporada de torrijas arrasan con las suyas, de leche o vino, con un toque cítrico de limón que se aprecia junto a la canela y con uno de los rebozados más finos y ligeros de los que se pueden encontrar en Madrid.

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En 1873, Matías Lacasa obtuvo el privilegio, otorgado por la Oficina de Patentes (entonces conocida como Real Conservatorio de Artes), de fabricar en exclusiva el pan de Viena en la capital durante diez años. Más fino que el candeal, se convirtió en un “pan de lujo” que tuvo gran aceptación.

En vista del éxito, Lacasa y su esposa, Juana Nessi, pusieron una tahona en la actual calle de la Misericordia conocida entonces como de Capellanes porque ahí estaba la residencia de los capellanes de la Casa Real. Así, el público de Madrid iba a “comprar el pan de Viena a Capellanes” y de ahí le quedó el nombre para toda la vida.

Cuando enviudó sin hijos, Juana pidió ayuda a sus sobrinos Pio y Ricardo Baroja para que la ayudaran a seguir con el negocio, una época en la que incluso abrieron sucursales del negocio. Un joven aprendiz, Manuel Lence, acabaría comprando el negocio, introduciendo nuevas especialidades de pan, pero también chocolates, café, fiambres y toda una gama de pastelería que se convirtió en protagonista de los famosos salones de té y del Café Viena, abierto en 1929.

Para entonces, la empresa ya contaba con 16 sucursales y con hermosos coches con los que realizaba el reparto a domicilio. Entre sus clientes estaban los mejores hoteles y la mismísima Casa Real.

Hoy el grupo Viena Capellanes cuenta con más de 25 establecimientos en Madrid y, aunque el pan de Viena hace tiempo que dejó de ser la estrella, siguen encandilando al público con su tarta sacher, pasteles, bartolillos o buñuelos, bollería o roscones, así como propuestas saladas.

No ha existido un obrador más céntrico en Madrid. A pocos metros de señal que indica el KM 0 en la Puerta del Sol, La Mallorquina fue fundada en 1894 por tres mallorquines (Balaguer, Coll y Ripoll) que comenzaron vendiendo ensaimadas, sobrasadas, fiambres, conservas de calidad o jamón dulce servido con huevo hilado.

Pronto el establecimiento (el original estaba en la calle Jacometrezo) cobró vida con animadas tertulias donde poetas, escritores, políticos o miembros de la Casa Real bebían café, chocolate o cerveza en un local elegante atendido por camareros que vestían de frac y hablaban francés.

Ya por entonces el local lucían vitrinas repletas de bombones, bartolillos, merlitones, torteles o rusos. Confiteros de primer nivel, como Teodoro Bardají, convirtieron el obrador en un fascinante obrador artesanal donde rezumaban harinas, huevos o azúcar.

Hoy los maestros pasteleros siguen elaborando, desde las 6 de la mañana, dulces que inundan la Puerta del Sol con su aroma inconfundible y que desde sus vitrinas exteriores funcionan como un irresistible imán.

En el salón de té de la planta de arriba, además de vistas privilegiadas al epicentro de Madrid, se puede disfrutar de cualquiera de los dulces y salados que integran su carta. Entre los preferidos, las napolitanas (de crema o chocolate), las bambas, las trufas y, en temporada, el roscón.

El prestigioso maestro pastelero Oriol Balaguer está al frente, desde 2015, de la centenaria pastelería La Duquesita (Fernando VI, 2) que, sin embargo, tiene una historia que se remonta 108 años.

Balaguer tomaba el relevo de Luis Santamaría al frente de un negocio que, tras cerrar por jubilación, parecía condenado a muerte. Y eso pese a que por sus mostradores habían pasado personajes de la talla de la reina María Cristina, los duques de Medinaceli o Cánovas del Castillo.

Afortunadamente, su andadura no terminaba con aquella bajada de persiana y hoy La Duquesita sigue abierta, presidida por la duquesita de alabastro que le da nombre. Perduran también el cartel de la fachada ‘bombones y caramelos finos’, mostradores, vitrinas, espejos y la gran lámpara central, si bien en esta nueva etapa se añadieron elementos como el suelo con motivos geométricos o las mesas de mármol negro.

Balaguer evolucionó también el concepto pero respetando sus valores y sin perder la esencia y todo sigue estando exquisito, desde los turrones, abetos de chocolate y el panettone de fruta a la gianduja con castañas, que pueden degustarse también en la bombonería/salón de té abierto a finales de 2021 contiguo al establecimiento.

Siguen emocionándonos también sus croissant de mantequilla de toda la vida o con innovaciones como los rellenos de praliné o almendras, o sus palmeras de chocolate, como también sus tartaletas y pasteles.

Mar Nuevo. Periodista, lectora, viajera y amante del arte, el queso y el crossfit (no necesariamente en ese orden). Más de 15 años contando historias de viajes y personas y, desde 2018, redactora jefa de Cerodosbé/Tendencias. ¿Vivir y viajar mejor? Pasen y lean.

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02B, SL | CIF: B65653164 | Registro mercantil de Barcelona (tomo nº42983 folio 0171, sección general, hoja/dup.417.218, provincia B, inscrip.2)